Estuve en la inauguración de la exposición "Desaparecidos" de Gervasio Sánchez, pero no la ví. Y ahora, cuando está a punto de finalizar, consigo por fin, tiempo para verla.
Casi no hay gente. Se agradece el silencio, y la calma que envuelve las salas del Centro de Historias.
Me tomo mi tiempo, y dejo que mi vista se pasee con calma por los rostros, por los textos, por las miradas y los objetos.
Todos los que hemos ido a verla, hemos acudido, conscientes del tema, y de lo que nos ibamos a encontrar. Y por lo tanto, no es sorpresa lo que puede depararme el trabajo de Gervasio.
Voy recorriendo cada sala, cada pared, y tras una hora y pico, de pasear entre fotografias, tengo que marcharme porque el trabajo me espera. Me pena no ver los videos, porque sé positivamente, que merece la pena verlos.
Y aunque me gustaría demorarme más ante alguna fotografia, los libros me esperan en casa, y puedo volver a ellas con calma, cuando quiera.
¿Y que es lo que me llevo de alli?
Pues me llevo, la mirada de Doris, una de las madres, que sigue esperando a su hijo abrazada a su oso de trapo.
Me llevo la imagen del diario personal de Dora, con tantas páginas todavía sin escribir.
Me llevo la imagen de las identificaciones de la esposa y los 10 hijos de Baker Amin Said, desaparecidos todos. Y aunque no estuviese la imagen, igualmente queda él y su infinito e indefinible dolor, grabado en mí.
Me quedo con los miles de fotografias de los asesinados en Phnom Penh (Camboya). Y aunque quiera, no puedo imaginarme el rostro de aquel que tuvo la idea de fotografiarlos a todos.
Y también se me ha quedado grabada la textura del tronco donde asesinaban a los bebés y a los niños.
Me quedan, uno sobre otro, tantos y tantos rostros de mujeres. Tanto y tanto dolor vivido, transmitido, afrontado, arrastrado...
Y finalmente me llevo la inquietud de no saber, quien te encenderá la luz a tí, Pedro, buen padre, buen hijo, alegre, cariñoso...y que te gustaba dormir con el foco prendido.