01 enero 2022

manos abiertas

Sí, lo sé. Llevaba mucho tiempo sin escribirte.

No hay excusas. Tan sólo la realidad de que a veces las palabras no son necesarias. Y en vez de escribirlas se van transformando en poros de la piel. De que a veces hablan mejor el silencio de las huellas y los caminos. 

Quizá lo que me haya hecho sentarme hoy, haya sido el silencio de la niebla densa de esta mañana de año nuevo. O el encuentro con la fragilidad de aquella mujer en la estación que intentaba escapar de la telaraña tan bien tejida a su alrededor, que teñía de morado sus brazos. O las preguntas del que iba transitando la carretera en abrigo y camisón de hospital, buscando lugares inexistentes en una mente rota. O quizá haya sido el dolor del que termina el año con la noticia de alguien cercano que ha decidido acabar con su camino de vida y el de su hija, generando olas de dolor alrededor, imposibles de entender y asimilar.

Es posible que haya querido contarte todo ese ruido para poder mecerlo, y juntarlo con la respiración tranquila del gato dormido junto al radiador, algunas canciones de Leiva, y la confianza de que poco a poco los dos, vamos aprendiendo a tener las manos abiertas frente al otro.

Quizás con este gesto se acallan las palabras. Pero es el único que puede salvarnos cada día