31 diciembre 2013

un brindis para agradecer

Una noche más. Tan sólo, una más.
Iba a escribirte. Pero estando tan lejos, seguramente no llegaría la carta

En una noche así, en esta calma, me gusta pararme y contemplar todo aquello que ha ido girando en mi pequeño mundo.
Escuchar los rostros nuevos que he podido descubrir en este año.
Los aromas a tierras nuevas nunca antes pisadas.
La riqueza de las experiencias y de lo aprendido.
Seguir saboreando esa sensación de hambre y de alimento. De querer más.

Acariciar el recuerdo de los que se fueron. Y el sosiego que  me produce, haberme podido despedir de alguno de ellos.
Apreciar la calidez de aquellos que se quedan formando parte del laberinto de mi interior.
Agradecer los reencuentros. Y el calor generado que alimenta ahora los noches de mi invierno.
Y las ilusiones compartidas. O simplemente, las capacidad de crearlas. Su poder, la fuerza regeneradora que proporcionan.

Las historias nuevas. Y los capítulos nuevos en viejas historias.
También algunos paisajes desolados y mucha belleza continua alimentando algo que me constituye y me permite seguir naciendo. Algo que es difícil describir.

Hubo también un abrazo. Uno en el que me perdí, y pude volver a encontrarme. Germen de un nuevo camino.
El mapa de mis propios silencios sigue creciendo. Y quiero pensar que pequeñas gotas de sabiduría van perlando algunas de sus fronteras.

Hay gente a borbotones, brotando dentro de mí. Tantos rostros, manos, y huellas, que puedo decir que estoy poblada.


Con todo esto...brindaremos juntos.
Para que los sueños encuentren su materia prima.
Y para que las lágrimas y las sonrisas surquen libres el rostro.
Y también, porque no, para tener el valor de descubrir quien somos...y atrevernos a serlo.



28 diciembre 2013

belleza no programada





¿Recuerdas aquella conversación que tuvimos sobre el hecho de que nos programan para contemplar una determinada belleza, unos cánones concretos ante los que emocionarnos y extasiarnos?
Nos enseñan que es lo bello.


Y estamos rodeados de belleza no programada que no conseguimos ver. 
Oculta en lo muerto, en lo apenas visible, en lo de cada día, en los de cada día. Belleza que desaparece porque no hay almas que quieran recrearse en su contemplación y se emocionen ante ella.
No puedo evitar que la tristeza me acaricie, al ver miradas y corazones vacíos, cuando podían llenarse, tan sólo con pararse y ver.


Hay días que me siento tan llena de esa belleza de afuera, que pagaría por saber compartirla.
Pero me temo que no hay gente dispuesta a cobrar por eso.







15 diciembre 2013

lo invisible


Él estaba sentado a la puerta de la hospedería.
Su hogar a su lado, en forma de mochila, envejecida y desteñida por miles de lluvias.
Su acento, mestizaje de fronteras, dificultaba a ratos el entender las razones que le empujaban a querer recorrer la via de la Plata.
Juntar Sevilla y Santiago, en pos de un rumor interno que le hacía querer contemplar las vias de tren que se vistieron de cristales rotos, hierros y lágrimas. Lágrimas semejantes a las que querían brotar de sus ojos al imaginar su camino.

Y ante un bocadillo compartido, lección increíble de generosidad. La de aquel que da, cuando no le sobra. La que solo puede brotar de los pobres.

Ella se sentaba a la puerta del supermercado.
Parte de su hogar, en el carro que le acompañaba como grito mudo de esperanza, como boca abierta esperando el alimento para sus hijos, pajarillos en el nido.
Su color contrastaba entre el ir y el venir de la gente y sus compras. Sus ojos sin más sueños que algo que llevar a casa. 
Y en un momento, esa boca sin dientes, historia no hablada de lo mucho sufrido, iluminó la calle. Sonrisa de Dios que brotó al contemplar los pasitos y saltos, de una pequeña niña rubia que pasaba junto a ella. Sus ojos tras la blancura de la niña, su propio cuerpo pareció cobrar vida, en ese impulso de madre universal, de hacerse abrazo con el indefenso e inocente.
Lección de belleza emocionada y vibrante, de un corazón vivo, con capacidad de contemplar y ver.


Ambos similares a la belleza y la pobreza de las últimas hojas amarillas de los chopos. Invisibles porque no hay ojos que se paren a contemplarlas.

07 diciembre 2013

He dejado las defensas bajadas
las fuerzas rendidas
las armas entregadas.
Permiteme estar sin nada.
Sentarme a tu lado sin tener que luchar.
Como una pareja antigua que aún pueden permitirse el placer de reconocerse en el aroma del otro.

El placer de saber de quien es, la piel que está enfrente.

05 diciembre 2013

Amos durante el invierno


Observo como la luz sobre mi mano se va retirando de manera tímida pero decidida, a medida que el sol opta por esconderse tras el edificio de enfrente.
Un pequeño estremecimiento del cuerpo, al sentir la falta del calor que hasta entonces recogía, casi como cuando intuyes una mala noticia aún por llegar. 

Amos Oz me acompaña desde el interior de un bolso donde conviven dos libros, apuntes de palabras inconexas caligrafiados con tintas de colores variados, el cacao para crear murallas contra el frio, libretas con esbozos de futuro, una caracola, una fiambrera con la comida de hoy y los guantes que no recuerdo nunca ponerme. 

Incorporado a todas esas cosas, me gusta sentir su presencia, su manera de decir y callar, de conseguir dibujar aquellos espacios huecos que las palabras generalmente no llenan. Como cuando te llega un aroma que no identificas, pero que sabes que forma parte de tu historia.
Sentir que alguien, de alguna manera extrañamente conocido e íntimo, desde otro interior que no me pertenece, crea con su propio compás, otras cotidianidades, otras rutinas, otras vidas pausadas que se van hilvanando con la mía.