El tiempo lo cura todo.
Eso dicen. Aunque yo no estoy de acuerdo. No sé lo que pensarás tú.
En estos días, dos pensamientos distintos me llegan en contra de esta expresión.
La primera, en una entrevista que concedió María Belón, superviviente junto con su familia del Tsunami, a raíz de la película que han hecho sobre la experiencia que les ha tocado vivir.
""El tiempo lo cura todo". El tiempo no cura nada, el tiempo es vida, la vida lo cura todo. El tiempo embalsama y desde la distancia todo es más llevadero, todo está más anestesiado. Lo demás, son simplemente, frases hechas"La otra, me llegó a través de una red social: "El tiempo no lo cura todo. Lo que cura es el amor"
El compendio de ambas expresiones es lo que defiendo.
El tiempo difumina, distorsiona, duerme, deja atrás, relega al olvido, adormece, desvía la atención, almacena en cajas que van quedando en la parte de atrás del trastero. Pero no cura. En eso no podemos engañarnos.
Para curar, hace falta algo más. Como en la medicina.
Y el amor es un buen medicamento.
Pero el amor, no entendido como algo que venga de fuera, que nos tenga que llegar de un alguien (aunque igualmente sería válido si es complemento).
Es el amor que parte de nosotros y se dirige a nuestro mismo centro. Con esa actitud imprescindible de amar lo que somos, de amar esa herida abierta. De no esconder la mirada y ser capaces de contemplar aquello que duele y sus consecuencias.
Solo desde la aceptación y reconciliación con esa parte que nos está transmitiendo dolor, podremos llegar a cerrar la herida y a aceptar sin más juicios, la cicatriz que quede de ella.
El tiempo realmente lo único que hace, es acompañar y ser cómplice de la imagen que nos devuelve el espejo con los años.
Una imagen surcada de arrugas y cicatrices, que quizás, si hemos sido valientes, podamos tocar con los dedos una por una, reconocerlas, y amarlas con sabiduría y en profundidad.