23 mayo 2014

"La mala luz"

Estimado Carlos:
Me tomo la licencia de llamarte así, a pesar de que no nos conocemos (considero que el hecho de que nos hayamos visto durante apenas unos minutos, y hayamos intercambiado unas cuantas palabras, no implica, ni mucho menos, un conocimiento mutuo de ningún tipo).

No te conozco, es cierto. Aunque sí puedo decir,  que poseo y guardo, tres imágenes tuyas.
Una primera imagen estática en blanco y negro. La que se encuentra en la solapa de tu libro, junto con unos pocos datos de tu vida, que intentar arrojar luz sobre tu biografía, pero que evidentemente son un vano intento. Seguramente cuenta mucho más sobre ti ese rostro serio, con gesto de aquel al que le toca afrontar algo que no le gusta, pero que sabe necesario: posar para un instante congelado, que al instante siguiente dejará de ser reflejo de lo que era, y que sin embargo, permanecerá ahí, al alcance de las miradas de tus lectores, cada vez que abran el libro. Imagen de tu ausencia, sin duda.

La segunda imagen, es la de ayer, mientras firmabas el libro, escondido tras tu timidez, tus gafas de pasta y tus ganas de marcharte, y sin embargo, interesado en las historias de aquellos que íbamos dejando caer junto a ti, el nombre de la persona que esperaba deseosa el tacto de esa primera página con olor a estreno, para poder desvelar el misterio de tu caligrafía y del pequeño tesoro escondido en una dedicatoria.
Fuiste generoso sin duda, al regalar, hilvanadas entre otras, la fuerza y el contacto de estas palabras: "oscura historia de luto y deseo". No distantes, sino absolutamente próximas.

Y la tercera imagen, eres tú, de pie, delante de dos inmensas fotografías de Almalé y Bondía, que juegan también a enmarcarte en un paisaje ficticio.
Vas dejando caer las palabras,  que quieren brotar rápidas de tu boca, pero las contienes, para poder trazar con ellas, el boceto de ese, tu yo niño, fotografiado también como tu yo adulto, y quien sabe si, hasta con ese gesto tímido y serio en su rostro de pocos años, que se expresa a través de ese capítulo 11 de "La mala luz"



(...) Niño, perdóname por todo el daño que te he infligido, por lo que he acabado haciendo con tu vida. Perdóname por no haberte escuchado más, Rocamadour de mi novela, caballito de cartón, por no haber pasado más tiempo contigo. Miro esta foto y por primera vez en mi vida creo que te veo de verdad. No eres sólo yo, es decir, eres yo pero te me vas de dentro, te deslizas de la cárcel sucia de mi limitada identidad y pasas a ser un niño, sin más, ahí fuera, merecedor de toda la dulzura, de mucho amor, incluso del amor mío que es pobre ahora y un poco gris y que muchas veces acaba por manchar las cosas aunque yo no lo quiera. Si te viese desde fuera del todo querría protegerte, besarte, nadie iba a poder hacerte nada malo estando yo cerca. No sé por qué la cordura me dice que no puedo tener esos sentimientos sólo porque seas yo cuando era pequeño, no comprendo hoy el porqué de ese pudor extraño que debería sentir al quererte y de repente no siento quizá porque me deslizo ya por una rampa que no sé dónde me dejará caer, en medio de qué oleaje o de qué silencio terrible. Te contemplo y sé que podría llegar a amarte como a nadie. Por ningún ser podría haber hecho tanto como por ti, viviendo como he vivido dentro de tu piel, llevando el timón, sobre el papel al menos, de los pasos que calzas en esos zapatos de charol con hebilla en el costado que ahora dan un poco de risa. Podría haberte guiado como un Ángel de la Guarda, defendido tu risa y tu inocencia y las cuatro esquinitas de todas tus camas; y, sin embargo, a ningún otro ser arruiné la vida de semejante manera. Te pareces mucho a uno de mis hijos cuando tenía tu edad. Sois casi iguales. Por él habría dado la vida y lo seguiría haciendo y a ti apenas te he dado nada: estos pulmones negros, en todo caso, amores desgraciados y noches de terror; un hígado para el arrastre, unos pocos amigos pero siempre el mismo nudo rondando tan cerca de la garganta y todo ese peso que conoces con el que cargué tu espalda. Miro hoy mis rodillas, mis manos, y me cuesta trabajo pensar que son las mismas que las de la foto, los mismos ojos, las mismas piernas que te sostenían a ti. Apenas puedo creer que siga vivo. Es decir, sé que sigo vivo pero no lo entiendo (...)

Y es ahora cuando me doy cuenta, de que realmente poseo otra imagen de ti.
Es la de tu niño, ahí de pie, frente a mi, leyendo ese capitulo que le cuenta, sin sus zapatos de hebilla, pero con ese mismo gesto inconsciente de curvar los pies hacia fuera y juntar las puntas, sostenido tan solo por el canto del zapato. En ese equilibrio inestable frente al mundo. En ese etcétera interminable.

Quizá, solo por esto, por poder tener el privilegio de contemplar un instante fugaz e impermanente, a ese adulto-niño, puedo atreverme a plantear que te conozco más de lo que suele conocerse a alguien con quien no se han intercambiado más que unas cuantas palabras, algún sueño roto, los calcetines de rombos, las postales almacenadas en una caja, los disfraces de adulto y esos paseos entre palomas de una plaza teñida de blanco y negro o sepia.
Y quizá, solo por esto, me atrevo a tener el privilegio de llamarte, estimado Carlos.


05 mayo 2014

norte y sur

Norte y sur.
Dos azucenas acariciando el sol. Jugando a alcanzarse, mientras despiden al mes de abril.


El silencio.
Como alimento. Como derecho. 
Como molécula propia.
Como herida.
Como opción. Como certeza. Como búsqueda.

Leer que se paga para que otros hagan lo que no somos capaces de hacer: desconectarnos de nuestro propio mundo adictivo. Crear espacios sin cobertura en restaurantes, en trenes, que nos evadan de tener que afrontar la acción de algo tan aparentemente fácil como darle a un botón y apagar.
Decidir hacer o dejar que otros hagan. 
Pretender pagar por un "silencio" ...que no es tal.



Silencio y sonido.
El regalo del mestizaje.

Un concierto sorprendente, amalgama de Norte y Sur.
La Jóven Orquesta del País Vasco, el Orfeón Donostiarra "Gazte" y los tambores del grupo Anidan-Bloko del Valle Junior's Band de Kenia.
El  jazz de Schostakovitch, el "Te Deum" de Dvorak y el "África" de Goyeneche, mezclado con la calidez de un director, cercano a sus músicos y al público que escuchaba.
El agradecimiento, la alegría y la fuerza expresadas.
Un auditorio lleno puesto en pie y bailando.

Te hubiera gustado.
Y espero que de alguna manera, puedas sentir que estabas allí presente. En mi silencio.