¿Te has enfrentado alguna vez a la complicada tarea de organizar las fotos de otra persona?
Esta tarde es otra más, de las que estoy dedicando a este encargo, y me he dado cuenta de que aunque es algo tedioso, acaba siendo algo muy especial.
Van pasando por mis manos, pedazos y trocitos de vida, deshilvanados, deshilachados, sin orden ni concierto, sin fecha siquiera.
Y poco a poco, voy construyendo con ellos, un puzzle, en el que se va perfilando la figura del protagonista de la historia. Se dibuja poco a poco, un pequeño, un mínimo esbozo de algunas partes de su vida.
Contemplo con ternuras fotos que me hacen preguntarme, el sentido que tienen, porque las realizó. Veo rostros desconocidos, paisajes lejanos. Otras tierras, otras gentes, otras culturas por las que él, se ha deslizado.
Veo pasar el tiempo por su rostro, por su cuerpo, por sus trajes.
Y me doy cuenta de que en realidad lo que estoy viendo, son pequeños fragmentos de su viaje. Un viaje que como yo, él emprendió en algun momento.
Un viaje personal.
Y yo, a base de momentos fugaces, de vagas instantaneas, la mayoria de ellas para mí sin sentido ni valor, puedo ir componiendo algo que no llega a ser mapa. Algo que no es un retrato, ni la historia de una vida, ni un camino.
Algo que me hace pensar hasta que punto, somos tan pretenciosos de creer que, a base de esos momentos fugaces se puede llegar a recoger una vida.
Estos fragmentos tan solo pueden servir, para despertar el anhelo de querer conocer más a la persona que está allí reflejada.
Conocer algo quizás, de lo que sentía en el momento aquel, en que la cámara lo estaba enfocando y disparó...
Conocer quizás, que se escondía trás aquella tímida sonrisa...