29 abril 2012

duelos

Hace poco hablaba con un amigo, de proyectos y sueños rotos.
De sueños profundos y muy personales. De grandes o pequeños proyectos, a veces compartidos, a veces individuales.
Y del derecho a poder hacer un duelo por ellos.
Poder llorar por todo aquello que ya no será, que no podrá ser, que es casi imposible que sea.

Llorar. Y dejar que las lágrimas limpien. Y curen.
Y ayuden a cerrar circulos, etapas, puertas, heridas.

Pero también compartimos (y si no lo hicimos, lo podemos hacer ahora), del derecho, por no decir del deber, de continuar luchando por la continuidad alternativa de esos sueños y de esos proyectos.
Por poder darle otra forma diferente a algo que sigue teniendo simiente dentro de uno mismo.
Por seguir poniendole ganas, esperanza, ilusión, a aquello que, aceptando que no va tener la forma que deseabamos, puede seguir existiendo bajo otra mirada distinta, con más capacidad de apertura quizás.
Y hacer consciente también, que la no consecución de esos proyectos, la ruptura de esos sueños, nos ha ido con-formando, nos ha ido dando forma a nosotros mismos.
Somos, gracias a ello.

Y desde ahí, no dejar que los sueños rotos o no logrados sean algo que nos ancle.
Más bien al revés.
Que sean plataforma sobre la que apoyarse y desde allí, seguir caminando en direcciones alternativas e igual de válidas y prometedoras.

Seguir siendo.