11 julio 2012

madrid

Voy en el autobus, de vuelta a casa. Cuatro horas de camino por delante.
El sol pega con fuerza en los cristales.
Charles Chaplin se mueve en las pantallas de la televisión, aunque sus gracias no consiguen siquiera esbozar una sonrisa en tantos rostros concentrados en otras pequeñas pantallas.

Me gustaría dormirme, aletargarme un rato, pero no encuentro una postura que me lo permita.
Alguien detrás de mí, comienza una conversación por el móvil.
Es un hombre jóven, con acento de algún lugar que no identifico.

Habla del viaje que está haciendo. Del trayecto que estamos compartiendo.
Se va a Madrid.
A vivir.

Le dice a la persona que le escucha al otro lado del teléfono, que no quiere pensar, que ha decidido dar ese giro a su vida, y que está convencido del paso que ha dado.
Que está contento.
Ha encontrado un piso compartido, junto con dos chicos más.
Y comienza a describirle en que zona de Madrid se encuentra, como es, sus planes allí...

Hay ilusión en su voz.
Mucha.
Y una clara determinación.

Pienso en girarme, para poder ver su cara. Para poder ver el reflejo de ese futuro en sus ojos, en la expresión de su cuerpo.

Pero no lo hago.
No es necesario.

Con el esbozo que se dibuja en mí de su rostro, es suficiente.
Con los ecos que tiene ese giro, ese cambio de vida, me basta.

Quizás sea porque yo también me siento de mudanza.

Dejo de escuchar, y miro por la ventanilla.

Un halcón mediano de tonos terrosos, vuela sobre los campos de trigo, en mi misma dirección.