Hoy salí de casa temprano, para ir andando a hacer unas compras.
Hace aire del norte, asi que, la mañana estaba fresca, y daba gusto caminar.
Pasé por mi libreria preferida, esa de la que te he hablado alguna vez, que es como un mundo mágico con un "anciano" sabio que casi sabe lo que quieres, antes de que te haya dado tiempo a desearlo.
Fui también a intentar comprar mermeladas de sabores especiales...pero no las encontré.
Y una colcha, por si acaso siento frio, en las tardes de otoño que se aproximan.
En el autobus de vuelta a casa, iban dos padres con sus respectivos hijos en los carros.
Con uno ya había coincidido en la parada.
Su hija, aun no tendría los tres años, estaba poniendo a prueba la paciencia del padre, tirando una y otro vez lo que llevaba en la mano al suelo, y gritando a todo pulmón, para que la bajase del carro.
El padre, pacientemente, le explicaba que el bus iba a llegar enseguida, la distraía con preguntas e historias, y con esos pequeños trucos que todo padre conoce, y que, aunque sea por pocos segundos, siempre consiguen un poco de silencio, y la atención del pequeño de turno.
El otro padre, estaba ya en el autobus cuando hemos subido.
Llevaba a un pequeño en carro, y a otra niña de unos 3 o 4 años, que no quería estar en el carro con su hermano, y tampoco quería sentarte. Lloraba y gritaba en el bus, y su padre, se las apañaba para mantener el equilibrio, intentar callarla, y conseguir que no se pusiera a llorar el más pequeño.
Desde mi asiento los observaba a los dos, y pensaba en la capacidad de cariño, de entrega, de paciencia que posee el ser humano.
Y en lo que supone esa tarea de educar, de enseñar a cada uno como buscar su propio camino.
En muchas ocasiones, se contempla con infinito cariño a aquellos que estan en el camino del aprendizaje ( y en este camino estamos todos, o yo, en eso confio).
Se les ve tropezar y volver a levantarse.
Se les ve mudar de piel y transformarse.
Se les tiende una mano, se les ofrece un consejo, se les ayuda a buscar las indicaciones correctas para el camino.
Y comienzan a andar.
En otras, se guarda silencio, y desde la distancia, se contempla sus pasos, y se confia.
Confianza.
Una palabra preciosa. Y dificil de vivir.
Aprender a confiar en el otro.
Y entender, que vayan sus pasos donde vayan, si lo has hecho bien, siempre sabrá que hay un camino de vuelta.
Puede que exista dolor, incomprensión, distancias...
Pero ante eso siempre quedará...la confianza.
Y la espera.
Esperar que la semilla plantada germine.
Y que ese cariño, esa entrega y esa paciencia, acaben dando fruto.