01 noviembre 2012

el recurso desesperado de los pobres


¿Conoces la sinfonía nº 3, Op. 36, también conocida como  "Sinfonía de las canciones tristes"[ o "Sinfonía de las lamentaciones"?

Yo la descubrí ayer.
Busqué en internet, y leí que estaba formada por tres movimientos: el primero, un lamento atribuido a la Virgen María; el segundo, un mensaje escrito en la pared de una cárcel durante la Segunda Guerra Mundial; y el tercero, una canción sobre una madre que busca a su hijo, asesinado durante una insurrección.
El tema central de la sinfonía es por tanto, el de la maternidad y la separación de los seres queridos.

Y no supe si reír o llorar, ante el hecho de que me hubiera llegado esta semana.
La misma, en la que me golpea con fuerza, una vez más, lo que está siendo, el recurso desesperado de los pobres.
Tener que asumir, la imposibilidad de encontrar trabajo, de encontrar ayudas suficientes, y ante la situación de desesperación, optar por lo que siempre hace el ser humano en caso de peligro: salvar lo más preciado.
Salvar a sus hijos.
Aunque sea a costa de tener que separarse de ellos, entregándolos a una institución para que se haga cargo.

Y con esta música de fondo, lloro con Esperanza.
Precioso nombre el que te pusieron, y al que  tendrás que agarrarte con fuerza, en espera de que algo suceda que pueda hacerte más fácil la vida.

Y lloro con y por sus tres hijos.
Pero sobretodo por los dos pequeñines.
La esencia de la vida vibrando en sus ojos, llenos de esa inteligencia de los que tienen que aprender muy pronto, que no hay almohadones a su alrededor, y que el más fácil sobrevivir si aprendes pronto.
Mis dos "pequeñas lagartijas", fruto de un mismo año.
Tú, mi pequeña, tan solo once meses mayor y parecías una pequeña madre. Siempre atenta a él, protegiéndole, cuidándole.
Me encantaba escucharte explicandome historias infinitas, que con tu imaginación desbordante ibas creando de la nada, y a las que acompañabas con tus gestos de viejecilla. Tu hermano te escuchaba y las iba coreandolas, con su lengua de trapo.

Las sonrisas siempre amplias, y los brazos abiertos, con una alegría que se desbordaba cada vez que iba a buscaros.
Y yo, sin cansarme de pronunciar vuestro nombre, porque siempre sabíais como meteros en líos, siempre teníais preguntas, siempre reclamabais la atención.

Y ahora, ni tan siquiera he podido despedirme.
Miraros aunque fuera de lejos, para guardar vuestra imagen en mi retina.
Para desearos al menos, aunque fuera un voz baja, un feliz camino.

Solo puedo dedicaros estas líneas, encender una pequeña vela en vuestro nombre y en el de vuestro hermano, con el que ni siquiera estaréis, y poneros en mi corazón, junto a aquel compañero, que marchó hace unas semanas, y con quien si compartiréis hogar.

Quizás si os imagino jugando juntos, pueda sonreir.