07 febrero 2013

corteza y piel


Frío intenso.
Apenas luna. Y las estrellas brillando con fuerza anunciando una noche de hielo en los cristales.

Anoche pensé en llamarte.
Contarte que había conseguido desnudarme un poco más.
Que había logrado deshacer otra prenda de espera, de las que han estado adheridas a mi piel tanto tiempo.
Labor como la del carpintero. Quitar corteza y lijar lo áspero. Llegar a la veta.
Al lugar donde es posible que vaya quedando grabada la vida.
Donde reside la belleza a base de desnudez.

El alivio de sentir que en la piel comienzan a residir multitud de ahoras.
O quizás solo sea un ahora infinito.


No te llamé. Quizás dormías.
Salí fuera y caminé, en busca de otros olores a madera desnuda.

Y te lo conté esta mañana, con los ojos cerrados, mientras el sol calentaba nuestra piel y rincones.
Me miraste, y te confesaste diciendo, algo que ya intuía.

Que los árboles que pierden su corteza, que exhiben su madera desnuda en el bosque, suelen acabar creciendo altos, pero solitarios en mitad de la estepa.