04 mayo 2013

en las alas de una oropéndola


Mis dedos acaban de recorrer un largo tramo por tu columna.
De abajo a arriba.
Despacio. Parándome en ella y dejando que su tacto me inundara.
Cada vértebra es una emoción reflejada.
Unas tienen fuerza, otras se diluyen. O te difuminan.
Con sabor a tierras conocidas. Con olor a huellas de tus pisadas.

Una extraña mezcla de cansancio y tranquilidad me va acunando, al compás de unas olas que se mueven muy despacio.
Como en ese mar del que hablábamos un día.
Y mientras me quedo quieta, pero sin aguardar ya, sin esperar, sin calcular, sin confiar,
sigo contemplando la superficie de un lago en el que las ondas de la piedra que ha caído, van diluyéndose, perdiéndose poco a poco, en una orilla habitada.
Dejo que el misterio de escuchar a la piel, siga creciendo a sus anchas.
Y permanezco a la escucha de la sabiduría de la intuición y de la voz del agua.

Me he ido en busca de la oropéndola que ví ayer.
Sus colores son siempre para mí, señal de advertencia: el peligro de no proteger(me), de no escuchar(me).
No he conseguido verla. Tan solo escucharla, mientras ella me contemplaba a mí, escondida entre los árboles.
Parece que no todo lo que se desea, se puede conseguir.

Y al llegar a casa, un regalo inesperado:
anémonas.
Su blancura, ha terminado de mecer mis sueños.