05 diciembre 2013
Amos durante el invierno
Observo como la luz sobre mi mano se va retirando de manera tímida pero decidida, a medida que el sol opta por esconderse tras el edificio de enfrente.
Un pequeño estremecimiento del cuerpo, al sentir la falta del calor que hasta entonces recogía, casi como cuando intuyes una mala noticia aún por llegar.
Amos Oz me acompaña desde el interior de un bolso donde conviven dos libros, apuntes de palabras inconexas caligrafiados con tintas de colores variados, el cacao para crear murallas contra el frio, libretas con esbozos de futuro, una caracola, una fiambrera con la comida de hoy y los guantes que no recuerdo nunca ponerme.
Incorporado a todas esas cosas, me gusta sentir su presencia, su manera de decir y callar, de conseguir dibujar aquellos espacios huecos que las palabras generalmente no llenan. Como cuando te llega un aroma que no identificas, pero que sabes que forma parte de tu historia.
Sentir que alguien, de alguna manera extrañamente conocido e íntimo, desde otro interior que no me pertenece, crea con su propio compás, otras cotidianidades, otras rutinas, otras vidas pausadas que se van hilvanando con la mía.