06 septiembre 2015

huele a café

Lo cotidiano de cada hogar. Las camas, barrer, fregar...
Todo igual. Todo distinto.
Huele a café.
Por la ventana se escucha la musiquilla de arranque de un ordenador. Y una silla acercándose a una mesa.
También una emisora en árabe y las voces de unos niños jugando.
Respiro profundo y agradezco el canto de ese pájaro escondido que me eleva.

Me ha extrañado no ver hoy al muchacho africano que duerme cada día en su banco, envuelto en una manta de leopardo. Sin embargo, los cristales empañados de aquel coche, son testigos del respirar de un hombre que lleva semanas durmiendo en él. Su hogar.

Las cosas importantes suelen llegar en momentos anodinos, de forma discreta, sin darse importancia. Como la niebla que comienza a deslizarse por las raíces del bosque, acariciándolo, apenas dejándose notar. Hasta que llega a cubrirlo entero.

Aquello que produce el cambio. De toda la vida. De solo un fragmento.


Una libélula roja hace equilibrios sobre la antena de un automóvil. Perdida. Sin encontrar el agua que la sostiene.
Me he sentido vestida de ese mismo rojo. Haciendo los mismos equilibrios y buscando aquello que me sostiene a mí.