05 julio 2012

presencia

No siempre es igual.
Es hábil y sabe disfrazar su presencia para que adquiera formas diversas.

En ocasiones es, como una tormenta de verano. Imprevista, ruidosa y breve.
Otras, como el llanto de un niño que perdió su juguete. Inconsolable.

Puede llegar como el rumor sordo del viento frente al mar en plena galerna. Potencias enfrentadas creando una sinfonía única e irrepetible.
O bien, como esa callada melancolía que invade a veces en las tardes de primavera en un jardín.

Puede ser ese algo callado que susurra en la mirada de los ancianos.
O disfrazarse de aquello que se encuentra en el fondo de los ojos de una madre desbordada por las energias de sus hijos.

Suele soplar su aliento con levedad, de manera tan sutil e imperceptible, que tardas en darte cuenta de que está a tu lado desde tiempos inmemoriables.
O arañar con fuerza hasta quedar enganchada para no caer, causando heridas tan profundas, que son imposibles de curar.

Si abres tu puerta, y le haces un hueco en tu dormitorio, en tu salón, en tu cocina, puedes llegar a experimentar el bálsamo de su consuelo, de su amistad.
Pero también es cierto, que puede doler, como nada en el mundo.

Es la causa del grito más callado, ese que brota de fondos oscuros absolutamente desconocidos e inexplorados.
Y también del silencio más desgarrador, aquel que surge con fuerza del pecho y se arroja a los abismos de las presencias humanas que le rodean encontrando eco en cada una de ellas.

En ocasiones, está distante.
Pero la mayoria de las veces, como me ha dicho hoy mi amigo Héctor Roberto, el único que se ha atrevido a acompañarme en esta tarde:
 "Todo me queda cerca. Hasta la soledad"

Cerca, muy cerca.
Presencia implacable hoy