Me dije a mi misma, que quería contar su historia.
Y eso me dispongo a hacer.
Duró tan solo tres o cuatro paradas de tranvía.
Ella estaba parada ante la máquina expendedora.
Supuse que era una turista, aunque su indumentaria no hiciera pensar que lo fuera.
Vestido elegante, bolso marrón, tacones infinitos, gafas grandes de sol.
Un cierto aire a Audrey Hepburn.
Se la veía un poco perdida ante la pantalla, sin saber muy bien que hacer, intentando sacar un billete.
En aquel momento, oimos acercarse el tranvía a la parada.
Se veía que no le iba a dar tiempo a sacarlo y validarlo.
Y en aquel momento se acercó él.
Un hombre joven, sencillo, con ropa de sport. Supuse que de la ciudad.
Mientrás el tranvía paraba, y los que estabamos allí ibamos subiendo, él la ayudó a sacar el billete, arriesgandose a perderlo y quedarse en el andén.
Y en el último segundo, antes de que las puertas se cerraran, consiguió subir con ella.
Se quedaron de pie en la puerta, justo al lado de donde yo me había sentado. Por eso pude observarlos.
Estuvieron comentando lo ocurrido.
Él le comentó que no había validado el billete, y que debía hacerlo en la propia parada del tranvía, que era bueno que lo supiera para lo próxima vez.
Ella le preguntó algo sobre el museo. Él le respondió.
Cosas banales. Típicas de la conversación entre dos desconocidos.
Ella se colocó las gafas en la cabeza, dejandole ver unos ojos impecablemente maquillados, igual que sus rojos labios. Con una pose de mujer acostumbrada a que la admirasen.
Y él, así lo hizo.
Poco más pudieron decirse.
Ella se apeó enseguida.
Bajó del tranvía, y comenzó a caminar calle arriba, moviendo sus caderas al compás de sus altos tacones, sujetando el bolso en mitad de su brazo, y colocando sus gafas de sol en el lugar pertinente, con elegancia.
Él se quedó.
Ví como la miraba mientrás se alejaba.
El tranvía arrancó de nuevo, y la adelantamos.
Él dejó de mirarla.
En aquel momento, inclinó la cabeza, miró al suelo...y sonrió.
Una sonrisa dulce e intensa se dibujó en su rostro.
Y ya no volvió la vista para buscarla.
No hacía falta.
Se veía claramente como, la huella de ella, había quedada dibujada en el fondo de su retina.
Me gusta pensar que quizás perdure ahí, durante mucho tiempo.
Tanto como él quiera alargar ese dulce sueño de una imagen fugaz y etérea que su memoria seguramente, ya habrá comenzado a distorsionar.
En la mia quedará, sin duda, la huella de esa sonrisa en su rostro.