Hoy, que la lluvia me acompaña,
y sigue purificando a todo aquel, que se desliza bajo su manto,
dejame que te cante a tí, mi dulce niño.
Deja que cante a tus grandes ojos.
A esos ojos que contienen tanta cantidad de dolor vivido, que derraman sobre aquel que te mira, lo que ya no les cabe dentro.
Tanto experimentado, en tan solo cinco años.
La vida te ha hecho sabio en sufrimiento,
sin tu pedirlo.
Pides en silencio, un cariño que te ha sido profanado.
Pero con una dignidad tal, que deja una profunda huella en el que te contempla.
Reclamas la escucha,
respuestas para tus preguntas,
y quizás,
un pequeño abrazo, que te dejas dar con timidez y con temor.
Con la misma cautela y cuidado de alguien, que de pronto se encuentra con un ciervo en el bosque.
Mi pequeño niño.
El que quería darse a conocer, porque había alguien importante, que no sabía como era su rostro.
Y esto te preocupaba.
La sonrisa de tu foto me acompaña desde entonces, colgada en mi cuarto.
Quizás por lo efímera que es.
Difícil de encontrar. Como las hadas, como los gnomos, de los cuentos.
Y sonrío al recordar, que querías salir retratado de cuerpo entero, para que vieran tu camiseta y tus zapatillas nuevas.
Pero en este día, en este canto,
no es a tí a quien pongo en mi corazón y en mis oraciones.
Tú ya ocupas un lugar en ellas.
Es en tu padre en quien pienso.
En lo que ha tenido que suponer para él, la semana pasada,
renunciar a tu custodia, a tu cuidado.
Asumir su situación personal, sin trabajo, sin un lugar que darte,
y decidir, que en estos momentos de la vida, lo mejor que podía hacer por tí, por su hijo,
era renunciar a tí.
Dejar que otra familia te cuidara.
Y tuvieras así, la opción de disfrutar de aquello que él considera que no te puede dar.
Te veo ahora, de la mano de aquellos que te cuidan, de tus "yayos" (así los llamas tú).
Y veo la sonrisa en sus rostros, y también la tuya cuando me cuentas, como te preparan los macarrones con ketchup, y lo que te gustan.
Y pienso en la sonrisa de agradecimiento de tu padre, el día que le dí tu foto.
Pido, confío y espero, que la vida os conceda a los dos la oportunidad, de poder seguir sonriendo.
A pesar de haberos hecho grandes expertos en el camino del dolor.