Así es.
En ocasiones he actuado como la hiedra, buscando atarme a aquello que deseo que continúe.
Y como ella, trepo, me agarro y a veces... ahogo.
Al menos ahora cuando me veo echando ese tipo de raíces, respiro y suelto, desde el convencimiento de ir asentando el valor de la existencia en lugar del de la posesión.
Quizá hubo momentos en que pensaba en futuros, y los esperaba. Pero he aprendido a conjugar escucha y decisión. Y si veo el camino, aunque sea entre la niebla, aun sin final ni horizonte, tengo claro que lo emprendo.
Mis duelos no son eternos.
Lloro a escondidas y en la calle. A veces cuando duermo.
Mis mejillas están esculpidas en parte por ese agua salada que cura heridas.
Y mi voz por tantos nombres gritados.
Y mi alrededor por el eco de las risas resonando en mis montañas.
No oculto lo que siento.
No sé hacerlo. No quiero hacerlo.
Procuro que no haya dobleces en mi esencia.
No quiero jugar a protegerme ante ti.
Aunque a veces me obligas a ello.
Mis impulsos me siguen llevando a dar saltos no calculados.
Pero también me traen sabores nuevos que quiero memorizar.
¿Quieres buscar cosas para mejorar en mí? Las encontrarás siempre.
Pero si te dedicas a esa búsqueda, te perderás lo mejor de mí.
Mi esencia.
Y solo llegarás a ella, pudiendo amar mis sombras.