Sí, es verdad.
Mi mirada te confirma que he disfrutado de estos días.
Me ha gustado escuchar el sonido tenue de las barreras que solemos construirnos, cuando se van derrumbando en una conversación cálida y cercana, rodeados del humo de un cigarro y el olor a café.
He podido adquirir una nueva pieza para mi colección de colecciones ajenas. La de alguien que recolecta infinitos.
Y pienso ponerla en la estantería donde residen, la colección de nidos y de sones extraños con capacidad para hacer vibrar hilos invisibles. Y la de silencios en la nieve.
He perdido una apuesta, lo sé. Y una sonrisa brota en mí.
(El perder, a veces, solo a veces, puede ser muy dulce)
Y también esa conversación sobre el rastro de dolor que a veces dejan las personas. Y del anhelo de muchos, esperando una caricia que no llega nunca.
A partir de ahí, mi mirar hacia atrás, acariciando aunque sea en la lejanía, aquellos dolores que causé.
Huellas que imprimimos en otros, aunque no sea nuestro deseo, y cuyo dolor, si nos dejamos (y estoy convencida de que es bueno que así sea), nos acompañará siempre.
Y desde ese espacio, confiar en el poder del amor de esa mirada, aunque sea lejana, para restaurar espacios y traer alivio a las heridas.