26 abril 2018

la gravedad de ser


Un niño pequeño sentado frente a mi en el autobús. Unos cuatro años. 
Está sentado con las piernas recogidas encima del asiento. Mira por la ventanilla.
Camisa de cuadros azules. Jersey de cuello pico. Pantalón azul marino. 
Ropa de hombre. Rostro serio de hombre. 

Me mira. Le miro. Y esbozo una sonrisa suave. 
Mantiene el pulso visual sin que su rostro se inmute. 
Serio, durante un minuto eterno.
Tan sólo el sonido de una ambulancia que pasa, consigue atrapar su atención y sus ojos.

Me sobrecoge su gravedad, por el tamaño diminuto de la mirada.
Pero a diferencia de otras seriedades oscuras y adultas, esta es limpia, despojada de aristas y abismos.
Es la mirada de quien no necesita responder a extraños, ni arreglar mundos.
Es la seriedad de quien se enfrenta al presente,
sin desesperos, porque su vida es leve, sin pesos que la dobleguen.
Sin esperanza, porque no necesita esperar nada. 
Tan sólo, revelar la vida.