09 febrero 2020

Noe

Es extraño.
El silencio de la casa lo enmarca algún tic-tac y las huellas de los gatos.
Todo lo que se respira tiene esa cadencia lenta de las cosas que están suspendidas en algún lugar.
El tempo del tiempo hace mucho que se desliza distinto.
Camino entre las cosas, intentando habitar lo que ahora queda.

Y entonces, vuelve a llegar ella.
Como un tiovivo, todo comienza, vueltas de colores y sonidos y vida derramada. Inunda todo, se extiende en todo, y el tiempo decide girar entre su pelo rojo.
Y permanezco en ese remolino vivo que forma, degustando los minutos que ella germina, pulso de impulso, latido de tierra y luna llena.

Después, vuelve a marcharse.
Y por un instante, todo queda suspendido en el aire, entre el anhelo y la evidencia de este otro pulso, otro latir profundo, viejo y entretejido de paz.
Y poco a poco, las sillas, la cama desecha, los calcetines, los platos del desayuno, vuelven a encontrar su lugar en lo cotidiano. Quietos, reposados.
Respirando sin saberlo, los previos al momento en el que sus llaves en la puerta, hagan vibrar  de nuevo el tempo.