15 mayo 2013

caminos de ida

He hecho el recorrido de ida de un viaje de despedidas.
Situarme frente a una línea intermitente que atraviesa en destellos fugaces toda mi infancia, toda mi vida.
Y decirle adiós.

Cruzar el umbral 312.
Y tener que decidir el juego al que quiero jugar. Y respetar por supuesto, el juego del otro.
Jugar a lo de siempre: a la cortesía, a los rodeos, a lo políticamente correcto.
O jugar a desnudarnos y atrevernos a tocar, aunque sea con la punta de los dedos, esa esencia que se encuentra tan protegida en nuestro interior. A pesar de no haberlo hecho nunca antes.

Y optamos por jugar a desnudar.

Y me encontré con el misterio de la capacidad  del ser humano de mirar a los ojos, al pasillo oscuro de la propia muerte, dándole la mano a la esperanza y la serenidad, para poder bailar con ellas una danza última que nadie sabe cuanto puede durar.

Y descubrí la capacidad del ser humano de tejer redes de afectos, sostenidos en multiples puntos, para que no sea solo uno el que tenga que mantener el peso. Puntos que se apiñan y se aúnan, cuando hay que sostener. Desde el calor, el afecto, lo vivido a través de los años.

Y dejé, y dejamos, que las palabras se hundieran en esas profundidades nunca profanadas antes.
Y fuiste capaz de conjurar miedos, dudas y certezas.
Y barrimos dogmas, y reconocimos el amor que protege y empuja y cuida.
Y situamos a Dios en aquel cuarto.
Y nos reconocimos como islas comunicadas por debajo.

Y los Beatles en el año 65, y Michael Jackson, y los musicales en Madrid, y el mejor concierto de Maná, y los viajes y los postales de todo el mundo, y Alemania, y los S.S., y los bolsos de plástico con setas dibujadas, y mi muñeca japonesa preciosa, y las visitas, y los sueños...todo junto, se fue apiñando en el espacio alrededor nuestro, tiñendo de un color precioso las ultimas horas de esa tarde.


Y pude sostener por primera y por ultima vez entre mis manos, las manos de alguien que respondía a mi caricia y a la desnudez.


Después, emprender el viaje de vuelta.
El cansancio debería de haber llenado todos los espacios. Pero otras cosas con más calado se empeñaban en estar ahí. Gritando para que las escuchara, para que absorbiera todo lo vivido, para que nada se perdiera.
Un nuevo legado.
Y entre tanto grito, no conseguía ver el camino.

Entonces, en mitad de la noche, desde el arcén de una carretera, con el sonido de un intermitente acunándome de fondo, una voz me fue ayudando a encontrar donde estaba el camino de vuelta a casa.